Aquel día de otoño,
Lu había amanecido muy de mal humor. Se había enterado de que habría paro de
colectivo durante toda esa semana, lo
que la obligaría a tener que manejarse
taxi durante todos esos días.
Luego de haber
tomado una ducha y haber desayunado sus wafles con jugo de tomate, levanto el
teléfono y marco a la compañía de taxis. Mientras esperaba, comenzó a pensar ideas para un trabajo de
arquitectura -carrera que Lu estudiaba – que debía presentar la semana
entrante.
Un sonido de bocina
la saco de su concentración. Alarmada por el brusco sonido, Lu tomo sus cosas
con un movimiento frenético, salió del departamento, puso llave, y se dirigió
medio trotando, medio caminando hacia el taxi. Era un Chevrolet Corsa oscuro, algo viejo, pero limpio. Al
subir, una oleada de calor azoto su cara, parecía ser que aquel conductor era
demasiado friolento, ya que parecía tener la calefacción al máximo, el coche bastante limpio por dentro a comparación con las demás veces que había
viajado en taxi, los asientos eran de cuero, y estaban algo gastados, también
se podía percibir en el aire, el sofocante olor a combustible, olor que Lu
aborrecía desde que tenía memoria, en el freno de mano se podía ver una bolsa negra
que rebalsaba papeles. Miro al conductor al escuchar que este le decía:
-Hola! ¿Dónde vamos?- se podía apreciar que el sujeto era
bajo, tenía ojos café, y el cabello sedoso y castaño. Parecía simpático, pero tímido.
Era de esas personas que uno ve y al instante se da cuenta de que se guarda
demasiadas cosas. “Es demasiado guapo para ser taxista”, pensó la muchacha.
-Hola! A la Facultad de Arquitectura por favor- le dijo la muchacha.
Y en un abrir y
cerrar de ojos, el auto ya estaba en marcha.
Los dos
permanecieron en silencio, hasta que Lu, quien odiaba el silencio, decidió ser
simpática con el muchacho.
-¿Cómo te llamas?- pregunto
Lu sin titubear.
-Diego -dijo el en tono cortante.
-Ah! Yo me llamo
Luaxana, pero podes decirme Lu.
-Bueno, Lu, no soy
de las personas que hablan mucho. Así que si podes, haceme el favor y sigamos
con el viaje en silencio. No me pagan por entretener a mis clientes.
-Ah, okey – dijo Lu
un tanto decepcionada
Y así continuaron el
viaje sin decir una palabra.
El día de Lu fue
como todos. Entrar al aula, escuchar lo que decía el profesor hasta que la hora
terminara, viniera el siguiente profesor, diera su clase, siguiente profesor,
la clase y así una y otra vez hasta que
el día terminara.
La caminata hasta casa fue de lo más tranquila. Había visto
como un niño jugueteaba con un barrilete de colores incontables que volaba por
los aires con la fuerza del viento, la
cara del niño se veía como una primavera sin fin, en la que todo el mundo podía
ser feliz sin importar lo que pasara alrededor.
Al llegar a casa, lo
que hizo fue quedarse acostada en el sofá viendo televisión por un rato. Luego,
tomo una pequeña siesta de una hora y se levantó para ponerse a hacer el
trabajo de la facultad.
Al día siguiente, Lu
repitió la misma rutina al igual que todos los días. Ducharse, desayunar, pedir
un taxi y esperar.
Luego de unos 5 minutos oyó la bocina de un
coche afuera de la casa, al salir, puso
y llave y se dirigió al coche. Se sorprendió al ver que ese coche era el mismo
que la había buscado el día anterior. Y más sorpresa se llevó al ver que el
conductor era Diego. Parecía ser que a él no le había agradado nada el hecho de
que Lu fuera nuevamente su pasajera, ya que en su cara no había ni siquiera un rastro de alegría, o al menos
eso pensó Lu. Pero, aunque Diego no lo demostrara, se sentía algo atraído por
aquella joven de cabellos largos hasta la cintura y ojos verdes como el agua de un estanque cristalino.
-¿A la
U.N.C?-pregunto Diego sin siquiera saluda.
-Si – dijo Lu,
imitando la actitud del chico.
-Ehh… Te quería
pedir disculpas por como te trate ayer, es que tenía problemas familiares. No
soy tan cortante en realidad.
-No, no pasa nada,
enserio. Tenías razón con eso de que no te pagan para entretener a tus
clientes. Yo te pido disculpas.
-Bueno, si queres
podemos charlar, así el viaje no se nos hace tan aburrido. Porque a mí no es
que me guste mucho estar todo el tiempo callado y con cara de malo –dijo el
tratando de ser gracioso, y funciono, ya que Lu pareció esbozar una pequeña
sonrisa divertida.
- Jajá! Pensé que
tener cara de malo era lo que más te gustaba –agrego ella.
-La gente piensa eso
de mi muy seguido- dijo el con una sonrisa torcida en el rostro que derretiría
a cualquier mujer, pero que a Lu solo le hizo estar más interesada en conocer a
aquel chico tan encantador.
- Y…contame ¿Qué
carrera estás haciendo?
-Arquitectura ¿Y vos? – le dijo Lu, alegre por el interés
del muchacho
-Estudio abogacía,
pero no me va tan bien por paso la mayor parte del tiempo trabajando.
-¿Y por qué no dejas
de trabajar y te concentras más en tus estudios?
- No puedo, tengo
que pagar el tratamiento de mi abuela, tiene cáncer de pulmón y la obra social
no cubre todos los gastos- dijo el con un atisbo de tristeza en el rostro que
Lu no alcanzo a notar y siguió haciendo preguntas.
-¿Y por qué no lo
pagan tus papas?
- Porque ellos se
murieron cuando yo tenía 10 año. Desde entonces mi abuela me crio, por eso se
lo debo – su voz se inundó de tristeza.
La cara de Lu cambio
repentinamente, avergonzada por haber hecho que el joven hablara de un tema que seguramente no
quería tocar –Lo siento mucho, no tendría que haber preguntado tanto.
-No, está bien. No
es tu culpa. Fue mi decisión contarte –dijo él y la bella sonrisa que había
tenido minutos antes volvió a su rostro inmediatamente.
El resto del viaje
fue muy entretenido, charlaron sobre cosas de interés mutuo y rieron a
carcajadas de vez en cuando.
Y así toda la semana.
Diego había pedido en la compañía que siempre que llamaran de la dirección de
Lu, lo enviaran el a buscarla.
Cuando la semana del
paro termino, decidieron que comenzaría a verse en otros lugares en vez de un
taxi. Así fue como empezaron a ir al parque juntos, sacar pasear al perro de
Diego, y cosas así.
Se ayudaban
mutuamente con sus estudios y pasaban mucho tiempo juntos. Se habían vuelto
mejores amigo en pocas semanas.
Una tarde, mientras
los dos estaban en el parque tomando helado, Diego recibió la triste noticia de
que su abuela había fallecido durante la operación, pues el tumor que tenía era
mucho más complicado de extirpar de lo que los médicos habían imaginado.
Lu acompaño a Diego
en cada momento. Sabía que ahora más que nunca la necesitaría.
Luego de dos meses
de la muerte de su abuela Diego había podido recuperar algo de su alegría
habitual, pero seguía dolido. Una tarde mientras paseaban por el parque
conversando sobre el examen que Lu había tenido hacía pocos días, Diego le
dijo:
-Lu, te tengo que decir algo, pero por favor no te enojes,
no quiero arruinar la amistad que tenemos, pero esto es algo que me mata por
dentro –Lu comenzó a notar que había algo en la mirada de Diego, era algo como
nerviosismo mezclado con preocupación.
-No pasa nada, Diego, decime. No creo que sea algo tan grave
como para arruinar nuestra amistad –dijo ella con un tono divertido para hacer
despreocupar a Diego.
-Estoy enamorado de
vos- dijo el muchacho.
Lu lo miro con
expresión divertida y de la nada comenzó a reír a carcajadas. Diego no sabía si
ponerse contento o ponerse a llorar. Entonces, Lu lo miro. Como nunca antes lo había
mirado, lo miro con un brillo centelleando en los ojos, como si todas las
estrellas hubieran bajado del cielo para posarse en sus ojos, llenos de magia y
amor hacia aquel joven del cual ella también se había enamorado. Entonces sus
labios se unieron a los de Diego, eliminando todo el espacio que los separaba.
Y por un momento Lu sintió que la primavera sin fin que había visto en los ojos
de aquel niño, los rodeaba, sentía que junto a aquel muchacho podría ser feliz
para siempre sin importar lo que pasara.
-Yo también estoy
enamorada de vos-dijo con una sonrisa resplandeciente en el rostro.